Tus manos sobre el volante, un acto muy cotidiano, pero que me demostraba sentido de control y virilidad poco resistible. Nos hallábamos sentados en el coche hablando de las costumbres que solíamos acatar.
Llegamos a casa mientras me coges en brazos y me llevas a la cama. Me brindas tu mano servicialmente a la vez que me invitas a que te sirva mis pies. Sin dudarlo, aunque nerviosa, me senté frente a ti y cerré los ojos mientras comienzas a acariciarlos. Tu pene estaba bien duro, notando las contracciones en la punta de tu pene. Llevo una pedicura de color rojo intenso. Un pie femenino y pequeño, perfecto para un fetichista de pies. Con tu pene bien duro y las pulsaciones a mil, observo como coges mi pie mientras lo masajeas. Tu tentación por chuparlos iba cada vez a más. Mientras masajeas mis pies noto que tu bulto se marca muchísimo en tus pantalones. Mueres por metértelo en la boca, pero no sabes cómo reaccionaría así que comienzas arriesgándote lamiendo la planta de mis pies tan exquisitos. Poco a poco te la juegas metiendo mi dedo gordo en tu boca. Hasta este momento me había logrado contener hasta que comenzaste a lamer entre mis dedos. Mi cara comienza a reflejar placer mientras tu polla endurecida se moría por que alguien la tocase.
Me levanto y me incorporo en la cama sentada. Comienzo a rozarte la planta de mis pies con tu pene mientras me miras gimiendo entrecortado. Comienzo a pajearte con mis pies calentitos. Masajeo suavemente tu pene y de vez en cuando bajo hasta los huevos. Me excita cada vez más ver como te encanta. Subo mis pies rozando tu cuerpo hasta tu cara donde los acaricias mientras inspiras profundamente, recordando ese olor. Ojalá pudiese repetir esta sensación todos los días. Parecía que no era la primera vez que hacía algo así, pero sí, lo era y eso hacía ponerme nerviosa. Llevábamos un bien rato así que hicimos un cambio.
Nos quitamos la ropa, quedándonos completamente desnudos, a la luz de las velas, arrodillada en tu cama y con una venda que me cubre los ojos. La punta de tus dedos rozando mi espalda suavemente como tanto me gusta mientras me sacudo entre gemidos haciendo temblar mis pechos. Observo tu pene endurecido mientras pierdes la mirada en mi espalda y mi culo, imaginándote fantasías sexuales sobre este cuerpo con forma de reloj de arena.
Con una cuerda en tus manos te quedas observando mis pechos, pensando en tocarlos y mi cuello, pensando en lamerlo. Das un par de vueltas alrededor de mi torso mientras me atas los brazos. Noto como me acaricias los muslos y las nalgas. Comienzo a excitarme entre pequeños gemidos, abriendo la boca y teniendo fuertes deseos de tomarte y lamerte el pene con mi boca, pero la soga me lo impide. Me pongo rabiosa.
Atas mis muñecas y logras inmovilizarme mientras das una vuelta por mi cuello pasando la lengua por el lóbulo de mi oreja. Sometida me empujas sobre la cama, bocabajo, a la vez que separas mis piernas. Comienzas suavemente haciendo círculos en el clítoris alternando con la lengua. Me dices que te encanta saborearlo y poco a poco aumenta mi excitación.
Lentamente te incorporas frotando tu pene para humedecerlo con mi vagina. Te resistes a meterlo mientras gimo pidiéndotela adentro. Me azotas el culo. Levantas mi cabeza tomándome fuerte el pelo y me ves sonrojada y jadeando. Refriegas tu pene mojado y erecto por mi cara, mientras saco la lengua y te lo empiezo a comer a la vez que toco las estrellas. Empujas fuertemente mi cabeza hacia dentro.
Comienzo a chupártela intensamente hasta llenarme la boca y la cara de semen. Me tiras de lado en la cama, mientras levantas una de mis piernas y te acomodas por detrás. Con tu brazo rodeas mi cuello y con el otro comienzas a tocarme las tetas apretando el pezón con la yema de los dedos. Nuestros cuerpos se funden en un fuerte gemido.
Aflojas la cuerda y me quitas la venda. Se apaga las velas y nos abrazamos en la oscuridad sobre los restos de nuestro gran encuentro.
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